Estrago materno
El hijo varón se presta más a ser el objeto de goce de la madre que la hija, este prácticamente no distraerá su demanda de amor hacia el padre, simplemente orientará sus requerimientos de amor muy de acuerdo al modelo edípico en lo relacionado con el objeto materno idealizado.
En cambio la relación madre–hija invariablemente será mucho más compleja, porque la niña remitirá a la madre a su propia división, ¡a la madre que no quiere poner en juego su feminidad!, la hija le evoca el ser mujer que ella rechaza. En la relación madre-hija habrá cierta decepción por aquello que la madre no le pudo dar, y la rivalidad cuando esa relación que puede tener lugar entre ellas toma, aparentemente, una forma cariñosa y resulta muchas veces destructiva.
Se puede manifestar de distintas formas. Aparece como dificultad para la separación: cuando la madre se siente decepcionada o rechaza a la hija poniendo en juego un goce que, a pesar de todo, las une y da lugar a la repetición. Otra manifestación es en forma de rivalidad imaginaria, que será una situación confusa donde una quiere ocupar o tomar el lugar de la otra, o bien se ven imposibilitadas a compartir un mismo espacio porque la presencia de una de ellas implicará la supresión subjetiva de la otra… o bien como horror al enfrentar la idea de reconocerse en algún rasgo de la otra.
Jacques Lacan dio el nombre de estrago materno a esta relación en que la madre toma a su hija como objeto (de goce). Las dificultades de la hija con lo femenino están sostenidas tanto desde el lugar del Otro materno, que no transmite la falta ni quiere ver en su hija a una mujer, como desde el lado del Otro social, que empuja a la satisfacción más narcisística y al desconocimiento del deseo.
En la novela El baile, tendremos dos escenas donde el estrago materno es más que evidente. La primera en cuando Antoinette es pequeña y recién termina una época de abrazos, la madre la rechaza porque le resulta molesta y la llama “pequeña imbécil”. La segunda escena será cuando la abofetea delante de los chicos.
“Esa mujer que osa amenazarme”
Frase de la hija adolescente que proyecta la visión que tiene de su propia madre, no en plan materno sino como rival. También proyecta la clara hostilidad de la madre hacia la hija, pues la Sra. Kampf está en declive en su vida y proyecta sus deseos de grandeza y brillo social como prioridades básicas de su vida y no así en asumir su papel materno.
Son dos mujeres, una que apenas emerge y la otra que se aferra a la última oportunidad como mujer. El baile es organizado por la madre tiene un fondo real, y es el deseo de sentirse en los brazos de un hombre, un amante. Hay un deseo de mujer, igual que el deseo de Antoinette.
Uno de los detalles sutiles que nos regala la autora es cuando Antoinette observa a su mamá ansiosa, en medio de la prisa por los preparativos de la fiesta y hace aspavientos desesperados con las manos; la adolescente reconoce ese ademán y se mira en un espejo: es justo idéntico al que ella realizó cuando soltó las invitaciones en el río. Hay otros momentos como cuando la madre dice “tengo que vivir yo” “ahora me toca a mí” con el mismo tono teatral la hija realiza reflexiones.
El momento central de tensión es cuando Antoinette deja caer los sobres al Sena. Es considerado un “pasaje al acto”, que en psicología implicará la angustia patente en la adolescente cuando observa la relación de su institutriz con su novio cuando la besa; ella quiere desaparecer y se retuerce las manos como una mujer celosa y por ese movimiento un sobre se le cae al suelo, decidiendo así lanzarlos todos al río. Acción que no estaba premeditada, pero ya no tiene vuelta atrás. Antoinette ya no es la misma, ha tenido la capacidad de actuar que antes no tenía. Esta escena vincula el despertar de la sexualidad que ha estado presente en toda la obra.
Hay varios momentos en que Antoinette realiza una “toma de posición”, por ejemplo cuando piensa que podrían confundir a su madre con una cocinera en esa fiesta, en cambio ella sería maravillosa y los hombres la rodearían para admirarla. Otro momento es cuando piensa que sus padres son unos incultos y bordes. Desde luego que el momento final es el estelar, cuando con una sonrisa manifiesta abiertamente la indiferencia por la madre que se ha hundido.
Lo opuesto al amor es la indiferencia, no el odio.
Parece que es una novela carente de amor, los personajes están reunidos en una familia pero jamás se hablan o expresan cariño, muy al contrario, siempre se reprochan unos a otros.
El final es controvertido. Muestra la venganza de la hija, el derrumbe de las ilusiones de la Sra. Kampf y un abrazo donde se cruzan ambas, pero Antoinette sonríe ante el desplome de su madre y el sitio que ella ha conseguido. Se aloja finalmente en el deseo materno, cuando al final dice “pobre mamá”. La pobreza que despoja a la madre de su ambición de riqueza. Novela breve pero compleja de analizar que nos plantea la realidad de una época donde los hijos eran educados de manera estricta. Curioso que el tema central sea la tremenda relación madre-hija, cuando en esos años, a principios de siglo, las familias de cierto nivel económico y social dejaban a los hijos en manos de institutrices y los padres se ocupaban de los hijos en contadas ocasiones.
Irène Némirovsky retrata a la familia y la sociedad de su época, siempre basada en una apariencia hacia los demás, donde los aspectos sociales, históricos, políticos y hasta los autobiográficos son necesarios para hacer un análisis de la obra.